Cierto día, Pancho Sierra estaba rodeado de mucha gente que esperaba turno para ser atendida. La entrada de la casa estaba llena de sulkys, break y caballos. De pronto Sierra dirige su mirada hacia la puerta, desde donde hace su aparición un hombre, lentamente, como si el peso que trajera le prohibiera avanzar, o como si sus piernas estuviesen atadas; no levanta la mirada del suelo, como si tuviera cargo el cargo de una vergüenza. Sierra se le acerca, y dándole un vaso de agua, le dice: "Has vencido tu orgullo y tu osadía. Tus cuentas son mas claras. Te verás libre de todo bagaje. Ahora vete, pero nunca hables de cosas que no sabes en perjuicio de otros"
Cuando este hombre inicia su regreso asombra su transformación. Camina con toda agilidad.
Se trataba de un conocido médico, que perjudicado en sus intereses, había tenido para Sierra comentarios inmerecidos, por lo que le fue dada una buena lección.
En aquellos tiempos la langosta era plaga temible que arrasaba todo el esfuerzo del hombre puesto en sus cosechas, en sus huertas, dejando todo en completa desolación; aparecían en grandes mangas que tapando el cielo y el sol, oscurecían el día. Hubo un año que Rojas y Pergamino tuvieron estos desastrosos visitantes que limpiaban los frutos en partes de sus tierras; pero los campos de Sierra permanecieron intactos.
El señor Martín Bastarrica, radicado en 9 de julio, padecía una dolencia del corazón. Opinión de médicos: Incurable. Un amigo de Martín le dijo a éste, que yendo a lo de Sierra se curaría, así lo había soñado. Martín Bastarrica se negó a ir; después de varios días volvió el amigo para decirle que el sueño se había repetido y que estaba dispuesto a llevarlo. Martín accede y es acompañado además por su esposa. El viaje lo hace acostado y tienen que hacer noche en Chivilcoy. Cuando llegaron a destino Pancho Sierra los recibió con estas palabras: "Hace un mes que te he llamado. A pié podrías haber venido".
Se había cumplido exactamente un mes desde que el amigo tuviera su primer sueño. Bastarrica vivió veintitrés años más. Era muy amigo de la familia Sierra.
Un vecino de Salto muy conocido caminaba con mucha dificultad ayudado con muletas. Se dispuso a ir lo de Sierra y cuando éste vio su mateo en la puerta le gritó que tirara sus muletas y bajara. Aquel obedeció, y cuando llegó a su lado, Sierra al ofrecerle un vaso de agua le dice: "Eso té pasa por hereje con los animales. Si quieres caminar sin dificultad tira esa cadena con que les pegas, y podrás hacerlo". Este buen hombre no preciso más de sus muletas, pero tuvo buen cuidado de no pegarle más a sus caballos.
Cierto día conversaba Pancho Sierra con su amigo Juan Manuel Montes. De pronto Sierra dice: "Por el camino viene un enfermo. Pero es tarde. Va a morir antes de llegar". El amigo mira el camino sin ver absolutamente nada. Sierra agrega: "El coche viene como a una legua". Siguen la charla, y al rato aparece un coche en el que viene un joven acompañado de sus padres; más o menos a doscientos metros antes de llegar el enfermo sufre una descompostura, deben detener el coche para atenderlo, y la madre baja corriendo para llegar a lo de Sierra. Este sale de su casa con su amigo y al enfrentarse a ella le dice: "Lo siento. Es tarde. Tu hijo ha muerto".
Los tres se acercan al vehículo para comprobar que el joven había muerto apenas la madre se había bajado.
Corre el año 1890, el Maestro Sierra sabe que una enferma necesita mucho de su agua para curarse, y más de sus palabras para encarar el futuro. María Salomé de Subiza, está muy enferma y lo espera. Los médicos diagnostican una muerte irremediable. Alguien le dice que visite a Pancho Sierra, que en él puede estar su salvación. María al principio resiste el consejo, pero su voz interior la convence.
El mal en un rápido avance le impide realizar el viaje, y surge en ella un deseo más intenso de consultar a este ser por su dolencia.
Las circunstancias obra del destino, obra de Dios, pone en camino a Sierra hacia la Capital. Enterados los parientes de María lo entrevistan y le piden que vea a la enferma. Pancho llega a la casa de María, observa a la enferma, se miran en silencio, es posible que en ese momento no hacían falta las palabras. Después de un rato Sierra dice:
"¿Por qué no querías venir a verme? Hace rato que te llamo". María lo mira con asombro.
- ¿Por qué no te acompaña tu marido?
- Él no pudo dejar sus negocios.
- Se te morirá muy pronto hija, lo mismo que yo.
En esa habitación, en ese momento ocurrió algo trascendente más allá de la comprensión humana. La energía que depositó Pancho y la conversación que tuvieron resultó el bálsamo necesario para la sanación de la enferma.
Al darle de beber agua le entrega una oración para que la repita en ese mismo momento recomendándole que la repitiera diariamente.
Le anunció que tendría miles de hijos espirituales, pues ella sería la continuadora de su obra.
María se recupera. Su marido muere casi al mismo tiempo que Sierra. Cumpliéndose el vaticinio de Pancho son miles los hijos que acuden a la Madre María. Hasta el mismo Hipólito Yrigoyen la consultaba.
No faltaron los incrédulos que desearon probar ellos mismos lo mucho que se decía de las maravillosas curas de Sierra, atreviéndose a llegar hasta su casa con un supuesto mal. El maestro siempre sabía las intenciones de los incrédulos y les decía: "Váyanse, pero luego tendrán que venir por el mal que se han anunciado". Y así era, en efecto, pasadas unas horas no tenían más remedio que acudir a Don Pancho para que los liberara del dolor que padecían y de ésta forma quedar convencidos de tan cierta realidad. Estos casos divertían mucho a Sierra.
Su puerta, sus manos y su corazón estaban abiertos a todos. Su videncia le permitía predecir con exactitud el origen de los males de los enfermos aún sin conocerlos. Sabía de la posibilidad de curación o no. Los llamaba con el pensamiento, algunos muy remisos cuando intentaban acudir ya no tenían las fuerzas para llegarse a lo de Don Pancho, y mandaban a un emisario y muchas veces la respuesta era: "lo lamento, ya es demasiado tarde".
El agua milagrosa que ofrecía a todos los enfermos caía desde el cielo hasta su aljibe y al pasar por sus manos le imponía la fuerza curativa con una fuerte vibración emanada de su magnetismo.
En su madurez el rostro acentúa serenidad. Barba y cabellos largos como de profeta.
Usa sombrero grande y en invierno no abandona su poncho de vicuña. Siempre es amigo del mate que lo acompaña en sus meditaciones. Entre sus amigos se pueden mencionar a Máximo Paz, el General Roca, Bartolomé Mitre, Rafael Hernández, Adolfo Alsina, Cosme Mariño entre otros.
A los sesenta años se casa con una joven hija de un pariente, Leonor Fernández. Su intención es dejarle todos sus bienes. Tiene una hija con Leonor llamada Laura Pía Sierra.
El 4 de diciembre de 1891 emprende el viaje, dejando esta vida, una leyenda, una realidad, un mito, una fuerza.
Más allá de este relato, resulta interesante desentrañar el mecanismo que moviliza a cientos de personas evocando a Don Pancho Sierra, habiendo transcurrido más de un siglo de su muerte. Veneración y agradecimiento son los sentimientos que despierta año tras año en la multitud que visita su mausoleo en la ciudad de Salto.
Que su recuerdo siga vivo.
Extractado del libro: "Don Pancho Sierra" escrito por Angélica Elena Boggia de Callegari Publicado en el mes de noviembre de 1971. |